martes, 2 de octubre de 2007

¡Feliz cumpleaños!

La Palabra Ingenua 02/10/2007
Por runa, comunidad del río hablador

¡Feliz cumpleaños!

Nuestra ingenuidad de esta semana está dedicada a rendir un homenaje a Mohandas Karamchand Gandhi, tal vez el más grande ingenuo de todos los tiempos, aquel que creyó y nos demostró que es posible transformar la realidad sin violencia. El Alma Grande nació un día como hoy hace 138 años, con su patria sometida y dividida por el imperialismo inglés, y murió asesinado un 30 de enero de 1948 en una India que, no sin conflictos, se hacía libre y autónoma. No pretendo ni de lejos condensar el sentido de lo que su vida nos enseña. Simplemente quiero compartir algunas reflexiones sobre aspectos, que, desde mi lectura, son particularmente relevantes para quienes de una u otra forma insistimos en una política de la transformación.

Y por ello lo primero que quiero es reivindicar la figura política de Gandhi, un personaje que luego de su muerte ha solido ser desinfectado de toda carga política y “reducido” al papel de patriarca “ético”. ¡Vaya que resulta curioso que hoy en día podamos escribir una frase como la anterior! En nuestros tiempos ética y política no solo se han divorciado: se han vuelto incluso antónimos. Pero dentro de la concepción de Gandhi, debemos entender que la política no es otra cosa que el campo en el cual uno lucha para que las maneras en las que la sociedad se organiza tengan correspondencia con nuestros criterios éticos y valorativos. Política y ética no solo están íntimamente vinculadas, sino que la primera vendría a ser una de las maximas expresiones de la segunda: la política como exigencia se deriva de la voluntad de ser éticamente consecuente.

Pero Gandhi no fue solamente un activista éticamente motivado que se involucró en política. Pablo Neruda lo conoció brevemente durante un Congreso Pan-Hindú realizado en 1929. En su autobiografía “Confieso que he vivido” lo describe: “una cara fina de sagacísimo zorro; un hombre práctico; un político parecido a nuestros viejos dirigentes criollos; maestro en comités, sabio en tácticas, infatigable”. Las posteriores descripciones y homenajes lo congelan en su imagen de viejito semidesnudo, con su bastón, sonriendo con rostro de santo. Así, se invisibiliza que durante cuatro décadas fue un genio de la estrategia y de la táctica que supo hacer coincidir fines y medios sin quitarle efectividad a estos últimos.

¡Cuánto debemos aprender aún los que jugamos a hacer la revolución! Sin comprender los significados contextuales de las tácticas propuestas por Gandhi, nos limitamos a copiar sus acciones y las convertimos en inocuas expresiones de nuestro descontento. Para leer a Gandhi es necesario darnos cuenta que, dentro de una estrategia general no-violenta, sus acciones políticas estuvieron siempre diseñadas para atacar el centro del poder imperialista, con una agresividad simbólica y práctica quizás mayores que las de cualquier atentado violento.

Pongo dos ejemplos. En la película “Gandhi”, de Richard Attenborough -que es bastante fiel al mensaje gandhiano- vemos una escena en la que los principales líderes independentistas discuten qué acciones tomar ante ciertas leyes represivas que ha dictado el gobierno colonial. La propuesta “radical”, sostenida por el musulmán Jinnah, es declarar la huelga general. Gandhi lanza una contrapropuesta: convocar al pueblo indio a una semana de oración y reflexión. Jinnah se burla afirmando que es el momento de tomar acciones directas y contundentes. La réplica de Gandhi es precisa: “nunca he propuesto una cosa diferente”. En efecto, la “semana de oración y reflexión” tiene efectos equivalentes a la huelga general -ningún ciudadano irá a trabajar, con lo que se afecta el corazón de la economía: el aparato productivo- pero está mucho más enganchada con el contexto cultural indio y, además, brinda un paraguas religioso que protege a los que se sumen a la protesta de eventuales represalias inglesas. La “semana de oración” se convirtió en una masiva protesta contra la dominación imperialista, que marcó uno de los momentos de auge de la lucha por la independencia.

El segundo ejemplo: la marcha de la sal. En 1930, luego de algunos años de reflujo en el movimiento anticolonial, Gandhi decide salir a “recoger sal”, una actividad que estaba prohibida para particulares pues el gobierno colonial tenía el monopolio sobre este producto de primera necesidad. A su partida desde Ahmedabad lo acompañan 78 personas. Luego de recorrer a pie 400 kilómetros de distancia, descansando y predicando en cada pueblito, llega a los yacimientos de sal en Dandi junto con miles de personas. En su desesperación, Gobierno cometió el enorme error táctico de encarcelar (por enésima vez) a Gandhi. Los ingleses pensaban que “muerto el perro, muerta la rabia”. Pero a estas alturas el mensaje de Gandhi había calado en el movimiento de tal forma que la producción autónoma de sal continuó en jornadas masivas y pacíficas, cubiertas ampliamente por la prensa internacional (el movimiento por la independencia de la India fue, además, uno de pioneros en utilizar inteligentemente los medios de comunicación, abriendo un camino que posteriormente ha retomado, entre otros, el subcomandante Marcos). Cientos de personas fueron encarceladas hasta que el Gobierno, rebasado por la realidad, se vio obligado a retroceder y dio por terminado el monopolio sobre la sal. Este capítulo marcó el inicio del fin del dominio colonial sobre la India.

Y este capítulo nos habla también de cómo Gandhi supo convertir el contenido de su prédica en táctica, en acción política. Su razonamiento es muy simple: es injusto que nos prohiban la producción de sal; por lo tanto, puedo producir sal libremente porque nadie está obligado a obedecer una ley que considera injusta. Pero la desobediencia va de la mano con la disposición a aceptar el castigo que el marco legal injusto establece. La resistencia se vuelve ilegítima si emplea la violencia porque la violencia es, también, obligar a otro a algo que no desea. La no cooperación pacífica no busca “derrotar” al adversario para que se vea obligado a aceptar nuestro criterio de justicia, sino demostrarle la superioridad moral del mismo para que la acepte voluntariamente -o, en su defecto, hacerlo realidad en la práctica de una manera tan generalizada que cualquier intento de represión resulte inútil.

Esta doctrina ha sido “traducida” para el mundo occidental como “no violencia”, lo que es problemático al definir por negación, y como “resistencia civil”, que es la frase que usaba Gandhi para explicarla a los ingleses. Pero los conceptos de la tradición india que él recogió y actualizó eran swaraj y satyagraha. Swaraj significa “reinar sobre sí mismo”: cada individuo está obligado a obedecer únicamente las reglas que su propia conciencia la impone. Desde este punto de vista, Gandhi puede ser visto como un libertario, casi un anarquista. En 1942 el Partido del Congreso lanzó un llamamiento para emprender la lucha final para la liberación de la India. En ese manifiesto leemos la influencia de la doctrina del swaraj: “todo indio amante de la libertad y dispuesto a luchar por ella tiene que ser su propio dirigente”.

El satyagraha, por su parte, es la “fuerza de la verdad” o, para los occidentales, la “resistencia pasiva” o “civil”. Así la define en el libro “Su civilización y nuestra independencia”: “Dejamos de cooperar con nuestros jefes cuando nos desagradan. En eso consiste”. Y continúa: “Los que poseen la fuerza bruta no conocen el coraje que demanda la resistencia pasiva. ¿Cree usted que un cobarde pueda negarse a obedecer una ley que desaprueba? Se considera a los extremistas como los abogados de la fuerza bruta; ¿por qué entonces hablan de obediencia a las leyes? Cuando hayan conseguido arrojar a los ingleses y sustituirlos en el poder, nos exigirán a todos que obedezcamos a sus leyes”.

A estos dos conceptos debemos sumar el de swadeshi, que podríamos traducir como “autarquía” y que proviene de la concepción de que todo cuanto no podamos hacer con nuestras propias manos es superfluo. En esa línea, Gandhi promovió a nivel local la constitución de numerosas comunidades que se autoabastecían de alimentos, ropa y de todo cuanto requerían. En 1912, hizo un voto solemne para renunciar a toda forma de propiedad privada: desde entonces solo conoció la propiedad comunitaria de los bienes que eran producidos y apropiados colectivamente en su ashram.

Swaraj, satyagraha y swadeshi. Tres conceptos recogidos de la tradición india y reformulados con la pasión de la lucha concreta y a través de muchos años de lecturas y discusiones con intelectuales y compañeros reformistas y revolucionarios. La doctrina de Gandhi nace cuando él, luego de estudiar en Inglaterra y verse influenciado por el progresismo occidental, decide volver a beber de las aguas de la tradición y redescubre en su India natal estos conceptos que encuentra mucho más útiles e intensos. Además de político sagaz y éticamente comprometido, Gandhi significa una poderosa respuesta al monopolio occidental de las ideas y de la política, que era indiscutible en la primera mitad del siglo XX, mucho antes de la aparición de los culturalismos y de la posmodernidad.

No quiero extenderme mucho más, pero tampoco quiero terminar sin decir algo sobre el elogio de la vida simple. Nuestros tiempos de catástrofe medioambiental nos obligan a recordar a un Gandhi que buscaba reducir el consumo al mínimo indispensable, llamaba a abandonar las fábricas, no admitía más que la medicina natural, adoptó el vegetarianismo y renunció al estilo de vida inglés “moderno” para instalarse en una comunidad agrícola. Sin haber tenido el cambio climático como un tema de agenda, la figura de Gandhi también es una crítica a la manera en que la “civilización” occidental, enferma en su afan de consumo y confort, se ha convertido en enemiga de la vida sostenible sobre la tierra.

¿Debemos seguir al pie de la letra todas las enseñanzas de Gandhi? Él mismo nos dice que no en “Su civilización y nuestra independencia”: “Ningún ser humano puede pretender con certeza que solo él está en lo cierto, o que una cosa es falsa porque él la considera tal; lo más que puede decir es, simplemente, que dicha cosa es falsa para él, según su libre enjuiciamiento”. Y, sin duda, conservo muchas distancias con Gandhi: ciertos rasgos de fundamentalismo religioso, el poco interés por la democratización del poder y por la opinión de las mayorías y, en general, un tono pasadista y romántico que rechaza cualquier “modernización” y cualquier elemento proveniente del mundo occidental. Pero estas distancias no me impiden encontrar en Gandhi la figura de un padre y un maestro.

¡Feliz cumpleaños!

Nota: el documento original ha sido elaborado con OpenOffice.org Writer como procesador de textos. Utilice y difunda software libre: ¡No al monopolio corporativo de Microsoft y compañía!

1 comentario:

Denise Makedonski dijo...

Una figura que siempre he admirado..Claro que no podemos aplicar mecanicamente sus propuestas, pero podemos digerir sus enseñanzas. y sacar interesantes conclusiones...Saludos cariñosos..Denise

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