martes, 30 de enero de 2007

Acusete y encima antipatriota

La Palabra Ingenua 30/01/2007
Por runa, comunidad del río hablador

Acusete y encima antipatriota

La semana pasada Jorgito del Castillo soltó una joyita de esas con las que tanto hacía reir cuando era alcalde. Según el Presidente del Consejo de Ministros el SUTEP, al denunciar al Estado peruano ante la OIT, estaría denunciando a “su propia patria”. Por si fuera poco, a esta falta de amor al Perú se le sumaría una falta de coherencia, pues se trata del mismo gremio que hace unos meses se decía “nacionalista”. Estas declaraciones, sumadas a los nuevos problemas con Chile, nos permiten decir algunas cosas acerca del tan mentado “nacionalismo”.

Empecemos por diseccionar las declaraciones de Del Castillo. El SUTEP, ¿está denunciando a “su patria”? La queja anta la OIT, ¿plantea que la “patria” peruana, que el país en su conjunto, no cumple con los estándares laborales? ¿O se refiere de manera más específica al Estado peruano, transitoriamente administrado por Alan García y el PAP? Es obvio que la denuncia no es en contra del país, sino en contra de unas políticas concretas implementadas por unos peruanos y que afectan a otros; en particular, el recorte de licencias sindicales. Hace poco circuló, a raíz de todo el lío de la CIDH, un excelente artículo de Antonio Zapata sobre las épocas en que Haya de la Torre, refugiado en la embajada de Colombia, ganó un proceso internacional en la corte de La Haya que le permitió finalmente viajar en calidad de asilado político (“El asilo de Víctor Raul Haya de la Torre, disponible en http://www.larepublica.com.pe/content/view/139934/481/). ¿Piensa Jorgito del Castillo que, en aquel entonces, el fundador del APRA fue anti-nacionalista por haber denunciado a “su patria”? La misma pregunta puede hacerse sobre los casos de La Cantuta, de la masacre en los penales (aunque seguramente este ejemplo no le hace mucha gracia a los apristas) y hasta del antipático de Baruch Ivcher, a quien le terminamos pagando S/. 20 millones.

Cuando se trata de las instancias internacionales es bastante claro: son instrumentos que sirven para conseguir justicia en caso de que las instancias nacionales hayan actuado de manera parcializada. Apelar al “nacionalismo”, en esos casos, es una forma tan burda de atacar a los demandantes que francamente quien la utiliza cae en ridículo. Pero hay casos más complejos, que nos remueven más los sentimientos y resentimientos. El tema chileno, por ejemplo. Gobierno y medios de comunicación han tenido toda la semana para hacer circo con la burrada de Michelle Bachelette de crear una región que afectaba territorio peruano. Muy al margen de la anécdota, por lo demás resuelta por el propio sistema chileno antes de que nosotros nos diéramos cuenta, para cualquier Gobierno es muy útil tener conflictos recurrentes con el país del sur. Sus rimbombantes declaraciones nacionalistas logran conmovernos y hacernos olvidar de qué estábamos hablando. La semana pasada, por ejemplo, estábamos hablando de la pena de muerte, de la portátil alanista, de la pérdida de autonomía del Consejo Nacional de Descentralización, entre otros temas de importancia. Ahora, en cambio, estamos hablando de qué desgraciados son los chilenos que insisten en robarnos nuestro territorio.

Por eso es tan problemático el hecho de que el principal partido de oposición en el país sea el “nacionalista” (sí, sí: “partido” y “de oposición” son palabras que parecen quedarle grandes al movimiento de Humala. Pero oficialmente es ambas cosas, así que qué le vamos a hacer). El nacionalismo ha sido tradicionalmente una fuerza de la reacción. Apelando a la “unidad nacional” (el nombre de la plataforma electoral del PPC tampoco es casualidad), las derechas de todo el mundo han pretendido invisibilizar los conflictos internos, de clase, étnicos, culturales. Por eso, en tiempos en que arreciaban las guerras entre países (entre imperialismos, diríamos mejor) la gran estrategia progresista fue el internacionalismo y la consigna reclamaba paz entre los pueblos y lucha entre las clases. Y ahora pretenden decir que la globalización es creación de los neoliberales... Por cierto, en esa onda nació el APRA, es decir, la Alianza Popular Revolucionaria Americana, que fue proscrita una y otra vez en el Perú por ser un partido “internacional” que ponía en riesgo nuestra soberanía. ¡Cómo haz cambiado pelona!

Ahora bien, es verdad que, como decía Mariátegui, hay momentos en los que el nacionalismo es la encarnación concreta de las luchas por la libertad. Es el caso del pueblo kurdo, repartido entre cuatro Estados que lo reprimen. Es también la historia del pueblo aymara, dividido entre Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Aún no se ha planteado tan claramente la lucha por el Estado propio, pero no hay que descartar que en algún momento ese anhelo nazca con fuerza. Pero no es solo el caso de los pueblos que carecen de un aparato estatal: por ejemplo el Perú, cuyo Estado ya se va por su doscientos aniversario, vive aún una situación de influencia gravitante de EEUU y otras potencias que solo puede llamarse colonialismo. Por eso hay elementos progresistas en el programa nacionalista: la recuperación de los recursos naturales, el antiimperialismo, la reinvindicación de las identidades culturales que la elite criolla trata como subalternas, la defensa de la hoja de coca, de la lengua quechua... Más aún si este “nacionalismo” se plantea en el marco de una “patria grande” latinoamericana, y no en rivalidad con los pueblos hermanos.

Pero debe quedar claro que se trata de “elementos” que resultan progresistas debido a la situación concreta, histórica, de colonialidad. Las doctrinas nacionalistas, en términos generales, no son progresistas. La exhaltación de una visión abstracta de “la nación” o de “nuestra identidad cultural” solo puede resultar útil a algún sector que requiere aglutinar al resto alrededor suyo y para ello necesita postergar las reales divisiones que existen al interior del territorio del “país”. En última instancia debemos ser concientes de que el mismo hecho de que seamos “peruanos” es producto de la casualidad y nada más que de la casualidad. Si la revolución de Túpac Amaru hubiera triunfado, el mapa político de la región sería muy otro. Si la casta militar chilena hubiera sido derrotada en la Guerra del Pacífico, los pobladores de Arica serían “peruanos”. Si la confederación peruano-boliviana se hubiera mantenido, nuestra identidad nacional sería distinta. Por lo tanto, es inútil que hagamos cuestión de estado por líos que arman las elites sin consultarnos y solo para su propio beneficio. Allá ellos con sus nacionalismos baratos. Dicho de otra manera: a mi me preocupa muy poco si el Estado chileno administra un kilómetro más o un kilómetro menos del desierto. Mucho más me preocupa que respete la autonomía política, cultural y territorial del pueblo mapuche, por ejemplo.

Decía arriba que los elementos “progresistas” del nacionalismo se volvían más interesantes si no se planteaban en rivalidad con los países latinoamericanos, que son nuestros hermanos. Pero, ¿cuáles son los pueblos “no hermanos”?

Nota: el documento original ha sido elaborado con OpenOffice.org Writer como procesador de textos. Utilice y difunda software libre: ¡No al monopolio corporativo de Microsoft y compañía!

lunes, 22 de enero de 2007

¡Qué te pasa, chamo!

La Palabra Ingenua 22/01/2007
Por runa, comunidad del río hablador

¡Qué te pasa, chamo!

Espero que no sea necesario convencer a nadie de que el concepto “reelección indefinida” es un despropósito. Por supuesto, los venezolanos y cualquier pueblo tienen derecho de reelegir indefinidamente el proyecto bolivariano u otro cualquiera. Pero supongo que estaremos de acuerdo en que perpetuar a un “líder” en particular no es muy apropiado para construir un “socialismo del siglo XXI”. En todo caso es más parecido a los populismos del siglo XX o a los caudillismos del XIX. Ya me empiezo a preguntar si las referencias a Bolívar se deben a su clara visión antiimperialista o a sus arranques napoleónicos.

El mapa político latinoamericano es totalmente diferente de aquel de hace 10 años, cuando abundaban los Menems, Fujimoris, Zedillos, Sánchez de Lozadas y tantas otras joyitas. Esa era la América latina cuyas políticas se dictaban desde las oficinas del Fondo Monetario Internacional y cuyos presidentes se reunían en pleno en las “Cumbres de las Américas” para negociar cualquier cosa que Clinton les pusiera sobre la mesa. Esa época ya pasó. Soplan nuevos vientos en América latina, con Gobiernos de izquierda cercanos a Cuba en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua, y otros tantos que se han distanciado del Consenso de Washington en Argentina, Brasil e inclusive, un poquito, en Uruguay o Chile (aunque esto ya puede ser mucho decir). Este no ha sido el año electoral que hubiera querido George Bush: sus candidatos han ganado apenas en México (aparentemente con fraude) y en Colombia; en Perú ganó a través de una pieza de repuesto, pero lamentablemente ésta le funciona mejor que la original. Con esto no quiero decir que EEUU ya no tenga influencia en la región: sigue teniéndola, y mucho: el antiimperialismo como tarea de construcción de un bloque latinoamericano autónomo sigue siendo urgente. Y tener muchos presidentes “anti-yanquis” no es tener un bloque.

Pero ya es hora de empezar a preguntarnos seriamente si el camino que estamos siguiendo es el que queremos seguir, muy al margen de que no sea el que la Casa Blanca quiere que sigamos. Sobretodo porque estos tiempos de hegemonía política tienen su ciclo, y dentro de algunos años los pueblos de América van a empezar a exigir resultados, tal y como lo hicieron hacia el final de los tiempos neoliberales. Los neoliberales fracasaron en términos de mejorar las condiciones de vida de la región: tras casi 20 años de monopolio del poder agudizaron la pobreza y las desigualdades. Sin embargo, en términos de sus reales objetivos fueron sumamente exitosos: las principales de sus políticas se han vuelto para la mayoría leyes universales. El libre mercado, la desnacionalización de las economías, el mito de la exportación, el equilibrio fiscal, la estabilidad jurídica y el pago de la deuda externa, por ejemplo, no son cosas que la mayoría de “izquierdistas” en el poder se atreva a cuestionar.

Por eso es tan valioso que exista un eje Chávez-Evo que sí se atreve a ir a contracorriente de los sentidos comunes neoliberales y que no se limita a hacer “obras sociales” como las de Lula en Brasil. Al parecer a este eje se le está sumando por estos días Correa, en Ecuador, quien es el primer presidente de América latina que cuestiona abiertamente el pago de la deuda externa, al menos desde las épocas del “default” de los ochenta. Pero quien está yendo más lejos es Chávez. Mencionemos algunas de las reformas que se proponen en Venezuela como parte de la “radicalización” del proceso bolivariano: la nacionalización de los sistemas de comunicación y de la energía, la apuesta por “ciudades comunales” que se autogobiernen (una especie de sistema de presupuesto participativo que trata de trasladar el poder directamente a las asambleas de pobladores) y los intentos por diversificar la economía nacional a fin de dejar de lado la dependencia del petróleo. (Para enterarse de estos proyectos no basta con leer la prensa peruana, que solo se ha referido a la “reelección indefinida”. Recomiendo buscar en www.telesurtv.net, entre otras fuentes). Aprovecho para confesar de una vez por todas que la decisión de no renovar la licencia de Radio Caracas Televisión, tan criticada por los organismos defensores de la libertad de prensa, me parece plenamente legítima. He estado en Venezuela, he prendido la televisión y he descubierto con sorpresa que todos los canales, excepto el del Estado y Telesur (que trata temas regionales) le hacen una oposición violenta y escasa de argumentos al proceso bolivariano. Para ser más gráfico: es como si todos los canales, excepto el 7, estuvieran en manos de Aldo Mariátegui. Una licencia de radiodifusión no es eterna, y si una empresa la utiliza únicamente para invocar a la insurgencia es razonable que el Estado no la renueve. Para acabar con este punto: es irritante la hipocresía de los defensores de la libre expresión que hacen un escándalo cuando se trata de Radio Caracas TV, pero que no mencionan que en los últimos años se han creado más de 200 medios de comunicación comunitarios que sin duda han expandido las posibilidades de la gente de hacer oír su voz, antes invisibilizada por los monopolios empresariales.

El problema aparece cuando al lado de proyectos que llevan a la práctica la consigna de “la imaginación al poder” nos meten de contrabando arranques caudillistas inaceptables. Corremos el peligro de que Chávez se convierta para la izquierda en algo así como lo que Fujimori fue para la derecha. Nuestro querido extraditable (querido por la Justicia, se entiende) ejecutó de la manera más radical todas las reformas que la derecha regional proponía. Todos lo aplaudían, recomendaban seguir sus pasos y estaban tan contentos que le perdonaban que tuviera a su lado a Montesinos y que postulara a la reelección dos, tres o cuantas veces se le antojara. Los militares de entonces decían muy orondos que este era un proyecto para 20 o 30 años. ¿No suena parecido al lema “Chávez hasta el 2030” que mucha gente lleva impreso en sus camisetas en Venezuela? Lastimosamente este simpático chamo que diciéndose socialista ha logrado ganar las elecciones con 60% de los votos está empezando a cruzar líneas que van a obligar a las izquierdas regionales a decidir entre seguir aplaudiéndolo o atreverse a cuestionarlo. Lula la tiene clara: en la última cumbre del Mercosur, ya con reelección indefinida y todo, le ha renovado su apoyo. Pero al margen de los presidentes, que siempre tienen su propio juego, son los movimientos sociales y los activistas los que van a tener que empezar a discutir en serio el asunto. Un amigo argumentó hace poco de una forma notoriamente posmoderna: “es la heterogeneidad de los procesos”. Lo decía como una valor. No estoy de acuerdo. No somos verdaderamente fraternos si no le decimos abiertamente nuestra opinión a nuestros compas venezolanos. Si el proceso que están construyendo no los lleva a que cualquiera pueda cumplir el pasajero rol de “líder”, entonces ¿a dónde los está llevando?

Las “izquierdas” en el poder tienen una oportunidad única, y tienen que saberla aprovechar. Por un lado, el panorama geopolítico es inédito: innumerables Gobiernos “anti-yanquis” en Latinoamérica y un Bush empantanado en Irak y con problemas políticos internos. Luego del fracaso militar y de pésimas decisiones económicas que han llevado a EEUU a tener una deuda enorme con China, parece cierto que dentro de 20 o 30 años el poder mundial se va a haber reconfigurado y el rol de los norteamericanos va a ser menos decisivo. La pregunta es: ¿qué papel va a jugar América latina en ese nuevo orden? Mucho depende de estos Gobiernos el que se sienten las bases para una región autónoma e integrada. Pero el reto no es solo geopolítico: el reto es dejar establecidas lógicas de solidaridad y fórmulas económicas alternativas al capitalismo depredador y avanzar en modelos que pongan el poder en manos de los pueblos. De lo contrario este proceso servirá únicamente para que algunos países poderosos, como Brasil y Venezuela, se conviertan en nuevos imperialismos regionales. Por supuesto, no le podemos dejar la tarea a los Gobiernos: son los movimientos sociales y las organizaciones populares las únicas que pueden presionar a los Estados, transitoriamente en manos de “compañeros”, para que sigan un camino distinto.

Nota: el documento original ha sido elaborado con OpenOffice.org Writer como procesador de textos. Utilice y difunda software libre: ¡No al monopolio corporativo de Microsoft y compañía!

lunes, 8 de enero de 2007

La Edad Media: ¡Véala hoy!

La Palabra Ingenua 08/01/2007
Por runa, comunidad del río hablador

La Edad Media: véala hoy!

En todos nuestros países vecinos soplan vientos de cambio. Quizás en algunos muy débilmente y, para colmo, en direcciones contradictorias... pero de todas formas el aroma de la tormenta es inconfundible. Mientras tanto, en el Perú estamos viviendo una sorprendente “onda retro” represiva. Repentinamente se han vuelto a poner de moda las estrategias antisubversivas de los 80, el lenguaje de la prensa basura de los 90 e, inclusive, la labor de los extirpadores de idolatrías del siglo XVI. Reeditando la vieja alianza APRA-UNO de fines de los 60, el segundo Alan co-gobierna con la derecha de Unidad Nacional, que ocupa cargos “técnicos” clave para el poder económico, y con el fujimorismo, que pone sus periódicos al servicio de lo que sea con tal de paralizar la extradición del prófugo. Los principales grupos empresariales y la propia Iglesia juegan su papel en este remake de las épocas de la Santa Inquisición que tiene un solo objetivo: que nada cambie.

En solo seis meses han pasado demasiadas cosas como para no darnos cuenta del camino que el Gobierno aprista ha escogido: evitar cualquier cambio sustantivo y reprimir a cualquiera que se queje. Quizás uno de los primeros pasos fue la Ley sobre las ONG, una herramienta para intimidar a las organizaciones civiles críticas, especialmente las ambientalistas y las de derechos humanos. Luego vino el Estado de emergencia en Chiclayo y, hace muy poco, en Abancay. En este último caso, la represión dejó como resultado dos muertos con balas en la cabeza y un muchacho parapléjico que se encuentra desatendido en el Hospital Dos de Mayo. A esto podemos sumarle las ya numerosas detenciones arbitrarias de varios compañeros de pequeños grupos de izquierda: dos estudiantes de la UNI hace unos meses, dos militantes de Todas Las Voces hace sólo unos días... A estas detenciones por motivos “ideológicos” se suma otra aún más grave: la de ocho ronderos de la comunidad ayacuchana de Chaca. Como en los viejos tiempos de la guerra interna, luego de un atentado sangriento (en el que murieron cinco policías y tres civiles) era necesario capturar a alguien, a quien sea, con tal de tener a quién echarle la culpa. Los campesinos han sido acusados de ser los autores del atentado pese a que los peritajes han demostrado que no manipularon ningún tipo de arma de fuego: llevan más de 15 días presos y son, aparentemente, inocentes. Al menos ha habido una evolución en las estrategias “antisubversivas”: hace 20 años simplemente los hubieran matado, como ocurrió en Cayara durante el primer Gobierno alanista. No puedo terminar esta incompleta enumeración sin mencionar el contundente fallo que la Corte Interamericana de DDHH ha emitido contra el prófugo Fujimori. El APRA, en vez de reconocer que el Estado peruano asesinó a más de 40 presos en 1992 sin que mediara motivo aparente (no había motín ni ninguna situación incontrolable), ha empezado a jugar con la idea de retirar al Perú de la CIDH, tal como lo hizo el extraditable alguna vez.

Los vientos autoritarios están golpeando fuerte. El que no quiera ver la evidente relación entre todos estos hechos se arriesga a que dentro de unos años sea demasiado tarde. Pero estos vientos no soplan solo desde la alianza APRA-UN-AF. Ha empezado a florecer un sentido común represivo que incluye a la Iglesia, a los medios, a los grupos empresariales y, lo que es mucho más terrible, a buena parte de la población.

En el sur del país la Iglesia ha iniciado una nueva campaña de extirpación de idolatrías. Ya parece haber cumplido con la primera parte: expulsar a muchos de los obispos simpatizantes de la teología de la liberación o, simplemente, cercanos a los pobladores, y reemplazarlos con sacerdotes conservadores del Sodalicio de Vida Cristiana, del Opus Dei y de otras congregaciones. A juzgar por declaraciones de los nuevos obispos, la segunda parte del plan consiste en catequizar a los campesinos “a la antigua”, erradicando las prácticas “paganas” de los aymaras y quechuas ignorantes. Por el lado empresarial, nadie personifica con más elocuencia este resurgir de los comportamientos mafiosos que Minera Yanacocha. Desde el inicio del nuevo período alanista, la empresa norteamericana parece gozar de mayor impunidad que antes, si cabe. El Poder Judicial arrastra los pies para esclarecer los asesinatos de Isidro Llanos, en Combayo, y de Edmundo Becerra, en Yanacanchilla, y la hostilizanción en contra del personal de la ONG ambientalista GRUFIDES.

Incluso la propia Municipalidad de Lima tiene un papel que cumplir en este escenario. Con una concepción ridícula de la seguridad se ha dedicado a hostilizar a los grupos de activistas que solían reunirse alrededor del jirón Quilca y se ha hecho de la vista gorda cuando matones contratados agredieron a los gestores del Centro Cultural El Averno. Hoy estuve en el Boulevard de la Cultura de Quilca, en cuyo auditorio he participado de innumerables actividades de todo tipo hasta hace un año, pues necesitaba alquilarlo para un nuevo evento. La respuesta del encargado fue increíble: “si es para cosas políticas,no; ahora solo lo alquilamos para presentaciones de libros”. Las reiteradas presiones de la Policía y de la Municipalidad han logrado que este espacio, que hasta hace no mucho era el hábitat natural de una enorme diversidad de movimientos, sea tragado por el sentido común macartista y oscurantista. “Si es para política, no”. El retorno de la antipolítica.

Como decía Bertolt Brecht: “Cuando los nazis vinieron por los comunistas / me quedé callado; / yo no era comunista. / Cuando encerraron a los socialdemócratas / permanecí en silencio; / yo no era socialdemócrata. / Cuando llegaron por los sindicalistas / no dije nada; / yo no era sindicalista. / Cuando vinieron por los judíos / No pronuncié palabra; / yo no era judío. / Cuando vinieron por mí / no quedaba nadie para decir algo”.

¿Vamos a esperar a que no quede nadie para reclamar?

Nota: este documento ha sido elaborado con OpenOffice.org Writer como procesador de textos. Utilice y difunda software libre: ¡No al monopolio corporativo de Microsoft y compañía!

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