domingo, 28 de febrero de 2010

Alegría y revolución (o El Carnaval y la repre)

La Palabra Ingenua 28/02/2010
Por runa, comunidad del río hablador

Alegría y revolución

La estúpida (perdón, pero no hay otra palabra) intervención de la Policía en el carnaval de Barranco la noche de ayer parece haberme regresado la capacidad de escribir que la propia Policía me había quitado el año pasado con su triste, trágica, confusa y también estúpida intervención en Bagua.

Brevemente, los hechos. Barranco, Lima, aproximadamente 10 de la noche del último sábado de febrero. Como ocurre desde hace cinco años, un grupo de vecinos festejaba el carnaval en la vía pública. La Municipalidad no había autorizado la fiesta, y no tuvo mejor idea que mandar a la Policía para desalojarlos. En cinco minutos, los gases lacrimógenos y las cachiporras hicieron lo suyo. Niños llorando por la asfixia, amigos golpeados y algunos detenidos. Fin de fiesta en frente de la Comisaría, a pocas cuadras: decenas reclamábamos a ritmo de tambores la libertad de los “compañeros”, que finalmente salieron cerca de la medianoche. Videos y mejores narraciones de lo que pasó se pueden encontrar aquí, aquí, aquí y aquí.

¡Hasta dónde ha llegado la conciencia represiva en Lima! El alcalde de Barranco no quiere que sus vecinos bailen en la calle (¿será suya, la calle?). El alcalde de Miraflores no quiere que la plaza principal de su distrito sea usada por las familias para recibir el año nuevo, no quiere que los vecinos toquen tambores y bailen en un parque público, no quiere que los muchachos practiquen deporte en otro parque público, no quiere que la gente se quede parada inmóvil en la calle (haciendo de estatuas humanas)... Vamos, en resumen ¡no quiere nada! Y claro, el alcalde de Lima hace obras sin preguntarle a nadie, tala árboles plantados por los vecinos de Chorrillos, no le importa ni un comino la opinión de los barranquinos, quiere desalojar a los vecinos de la margen izquierda para hacer otra pista más, rebana San Marcos sin presentar el proyecto previamente a los estudiantes y profesores sanmarquinos...

¿Sorprendido? No, no me puedo mostrar sorprendido. Hace ya casi diez años que el principal espacio público de Lima Metropolitana, la Plaza Mayor, está secuestrada. Nadie, sólo Castañeda, Alan García, Alejandro Toledo (en su época) o los amigos de estos, pueden usarla. Los ciudadanos de Lima no pueden hacer marchas, caminatas, plantones, vigilias, nada de nada. Sólo se puede hacer marchas a favor de Bush y a favor de la pena de muerte, o fiestas organizadas por la Municipalidad. Es decir, no es un espacio público: se ha convertido en un espacio privado propiedad de los dueños del poder. Pero lo que me preocupa no es que el poder quiera privatizar los espacios que son de todos, sino que los limeños ¡no reaccionamos! Recuperar la Plaza Mayor, por ejemplo, debería ser tarea prioritaria del movimiento social de Lima, si tal cosa existiera. Si nos quitaron la principal plaza de la capital tan fácilmente, ¿cómo sorprendernos de que nos quieran quitar hasta el último parque del barrio?

Ayer, mientras unas 50 personas hacíamos barullo en la escalera de la Comisaría, traté de conversar con algunos Policías para saber su opinión respecto a su intervención. La pregunta que les hacía les generaba a algunos risas y a otros molestias: ¿se imagina usted desalojando el carnaval de Cajamarca, de Apurímac, de Ayacucho? ¿El carnaval de Río, tal vez? Es, evidentemente, algo ridículo. Pero en Lima parece ser no tan ridículo: en Lima ocurre. Es imposible no relacionar la falta de audacia que tenemos los limeños para usar y defender nuestras fiestas callejeras con la falta de audacia que tenemos para defender nuestros derechos y nuestra dignidad más básicas. O al revés: la naturalidad con la que los cajamarquinos, los apurimeños o los ayacuchanos celebran sabiendo que la calle es suya tiene que ver con el hecho de que sepan levantarse cuando es necesario. Mientras los limeños no recuperemos nuestro derecho a usar alegremente nuestras propias calles y plazas, seguiremos siendo la ciudad más conservadora y conformista del país, y seguiremos desenganchados del agitado proceso social de las regiones.

Lo mismo pasa cuando comparamos Lima con otras ciudades de Latinoamérica. En Sao Paulo, he visto a decenas de chicos practicar skate en uno de los parques principales, justo al ladito del Museo de Arte Moderno. En Santiago, me han contado que los niños pueden bañarse en las piletas públicas. En Cochabamba, la plaza central está permanentemente ocupada por grupos que exponen sus ideas y las debaten con los transeúntes. ¡Con razón que Latinoamérica se ha levantado y, mal que bien, está empezando a caminar por otros rumbos!

Es evidente que en este caso específico -Barranco- hay una pésima gestión del señor Toño Mezarina, alcalde que se quiere hacer el “defensor” de los vecinos. ¿El carnaval molestaba a algunos vecinos de la calle? Perfecto, se negocia con los organizadores y se llega a un acuerdo para realizar la fiesta en otro lado, por ejemplo en la misma Plaza de Armas. ¿Le preocupa el escándalo, el trago, o tal vez la droga? Perfecto también: al llegar a un acuerdo con los organizadores, se puede establecer algunas reglas de juego al respecto, y los que deseen tener su “zona liberada” pueden hacerlo más discretamente en cualquier calle, como sucede todos los fines de semana. Aquí hay un alcalde que no ha comprendido que la iniciativa de algunos vecinos de institucionalizar una fiesta de carnaval como la que existe en casi todas las ciudades del Perú era una oportunidad para el distrito, no un problema.

Pero más allá de la falta de criterio del señor Mezarina, hay un problema de fondo más grave: los alcaldes, la Policía y el sentido común asentado en Lima consideran que el espacio público no está allí para ser usado libre y creativamente por los ciudadanos, sino sólo para ser usado como al poder le parece. La privatización de las empresas públicas fue un primer paso. La privatización de derechos como la salud y la educación, y de los recursos de todos como la selva o el agua, es un segundo paso más grave. Pero la privatización de nuestras mentes, de nuestras conciencias, es el último y definitivo paso. Ojalá que las revueltas aún pequeñas de estas semanas en Barranco, Miraflores y Cercado sean un germen de una revuelta mayor en Lima que reivindique el sentido de lo público, el sentido de comunidad que nos ha sido arrebatado por 20 años de (neo)liberalismo.


Nota: el documento original ha sido elaborado con el procesador de textos de OpenOffice usando Ubuntu como sistema operativo, y ha sido colgado usando Firefox como navegador. Todos son sistemas de software libre con código abierto y elaborados colectivamente por la comunidad de usuarios a nivel mundial. Otra economía, cooperativa, libre y solidaria, no solo es posible: ¡ya está siendo construida!

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