La Palabra Ingenua 13/05/2008
Por runa, comunidad del río hablador
El Golpe y el Paro
Sin darme cuenta pasaron las semanas, me dejé asaltar por mil ocupaciones y ahora veo que nuestra última ingenuidad la dijimos el 18 de mayo. Y viendo que la realidad no espera y los temas se acumulan, al fin pude hacerme un espacio para una breve lectura del mes, mirando las fantasías que surgen en las alturas del Poder y las contradicciones que se viven en el seno de las organizaciones.
“Desde arriba” el notición mediático ha girado en torno al Congreso y a su incapacidad para discutir los temas políticos de la reforma constitucional, y a su falta de voluntad para discutir los económicos. Coyuntura perfecta utilizada por el aprismo, a través de la postura “individual” de Aurelio Pastor, para retomar una propuesta que ya el propio Alan García hiciera cuando era aún candidato: cerrar el Parlamento.
Esta noticia no puede ser tomada a la ligera. Desde que Alan decidió obviar su promesa de “cambio” y contentarse con “poner orden”, la represión ha sido cada vez más abierta, sostenida y descarada. Además, algunos elementos parecerían estar repitiendo el proceso previo al autogolpe del 92, en especial un rol “fiscalizador” de las instituciones del “sistema democrático” que no permite pasar por agua tibia algunas leyes importantes para el Ejecutivo. La semana pasada la Comisión de Constitución del Congreso recomendó derogar los decretos 982, 983 y 989, el marco legal que hemos venido denunciando por criminalizar la protesta y autorizar los “excesos” policiales. En la misma semana el APRA no logró aprobar su propuesta referida a las utilidades mineras, y la Defensoría del Pueblo presentó una acción de inconstitucionalidad contra el DL 1015 que promueve la venta de las tierras comunales. Los escandaletes del cierre de la legislatura, que también impidieron la aprobación de reformas promovidas por el APRA, sólo son el punto más álgido y más publicitado de un mes en el que ha quedado claro que la “democracia” es un obstáculo para los planes de la alianza APRA-derecha económica.
Sin embargo, como decía el viejo Marx, las cosas en la historia ocurren dos veces: la primera como tragedia, la segunda como comedia. Y un autogolpe con el binomio Alva Castro / Octavio Salazar a la cabeza de la Policía sería poco menos que un remedo del que protagonizaron Montesinos, Hermoza y Fujimori. Este segundo aprismo se ha dedicado a la represión, es cierto. Pero su ineficiencia es increíble: sus presos están siendo liberados por la Justicia, la Fiscalía está investigando a sus sicarios y sus decretos están siendo derogados.
Junto con el palo, la zanahoria: la otra noticia importante ha sido que según Renán Quispe hay 5% menos pobres que el año 2006. Es una buena noticia, cómo no: un poco más de gente vive con más de 230 soles. No voy a discutir sobre números, no porque no sea mi campo sino porque me parece poco relevante. ¡Claro que el modelo escogido por el Gobierno tiene la capacidad de incluir a más personas en el mundo del consumo! Si el capitalismo no tuviera nada que ofrecerle a la gente a parte de miseria, entonces no tendría 200 años de hegemonía. La crítica histórica desde la izquierda nunca fue que el capital fuera ineficiente, sino que era injusto. En efecto, ahora tenemos un 5% más de personas trabajando en horarios espantosos por un sueldo de hambre pero que le permite sobrevivir; y mientras trabajan, generan una riqueza de la que no pueden gozar porque los inversionistas se la apropian de manera privada y se hacen cada vez más ricos. ¿Aumenta el consumo? ¡Claro! ¿Se resuelven las contradicciones sociales? En absoluto.
Pero el anuncio genera un escenario complejo para quienes cuestionamos el modelo, pues refuerza la sensación de los sectores medios que votaron por García el 2006 acerca de que estamos en “el camino correcto”. Millones de personas están hartas del modelo, que concentra riqueza y no genera empleo de calidad: por eso hay paros, tomas, cortes de ruta y, ¡por eso! el Estado reprime. Pero en Lima es fácil construir una imagen en la cual “el Perú avanza” y los únicos quejones son esos malditos perros del hortelano que no representan a nadie, a nadie le han ganado y no quieren dejar que nos desarrollemos porque viven de la existencia de “los pobres”. Este discurso triunfalista e intolerante es muy peligroso porque constituye un escenario en el que podría construirse una débil legitimidad para un proyecto autoritario más explícito.
Miremos ahora “abajo a la izquierda”, siguiendo la expresión acuñada por los zapatistas. En nuestra ingenua palabra de hace cuatro semanas plateábamos que el movimiento social salió fortalecido de la Cumbre de los Pueblos y que ahora su tarea inmediata es el Paro Cívico-Popular del 9 de julio. El Paro, en todo caso, no es un fin en sí mismo sino un momento de expresión social que se ubica dentro de un proceso de acumulación de fuerzas: es en esa medida que es importante. Por lo tanto, será útil siempre que ayude a fortalecer la unidad en la acción, que sepa dialogar con las demandas del “ciudadano de a pie” y que establezca una voz propia desde las organizaciones.
Uno de los aspectos más problemáticos es la unidad en sí misma, pues la izquierda peruana tiene una tendencia atávica al divisionismo. Variopintos sectores del movimientos social y político están metidos en diferentes procesos de unidad, articulación y trabajo en común. Pero las tensiones internas son enormes y además son las de siempre: entre “reformos” y “revolucionarios”, entre “oegenés”, “partidos” y “movimientos”, entre organizaciones más ideologizadas y más pragmáticas, con debates importantes acerca de qué tan a la izquierda o qué tan hacia el centro conviene llevar esta unidad.
Tras la Cumbre de los Pueblos, Pedro Francke escribió el artículo de balance más serio y sistemático que he leído. En él, se plantea este punto y sugiere buscar acercamientos con posturas hacia el centro. Pone un mal ejemplo, pues se refiere a sectores que ni siquiera estarían interesados en juntarse con los “perros del hortelano” (recordemos que Yehude Simons dijo que no participaría en la Cumbre porque era un acto político - ¿y acaso el no es político?). Pero su argumento no es malo, pues tiene que ver con la capacidad de este movimiento social ascendente para legitimarse ante sectores medios medio conservadores, cuyo apoyo en algún momento será importante. Sin embargo pienso que en este momento, así como el Gobierno se decanta hacia la derecha, a los movimientos nos corresponde desterrar las ambigüedades y reconstruir un discurso y una práctica claramente de izquierda. Cuando esa etapa esté concluida (y a las justas se ha iniciado) recién se podrá ver con qué sectores se necesita tejer alianzas tácticas.
Esto se relaciona con otro punto que mencionábamos y que también señala Francke: los riesgos de caer en el “vanguardismo”, es decir, establecer una plataforma de lucha básicamente ideológica o principista y perder de vista las exigencias pragmáticas de la gente y, sobretodo, el realismo político. Sin embargo el peligro es doble. Uno es, efectivamente, el del vanguardismo, que lleva a una incapacidad de comunicación con el público común y corriente que busca soluciones para sus problemas, en vez de más problemas. Pero el otro peligro es más bien el pragmatismo, que en aras del realismo y de la correlación de fuerzas, posterga la construcción de un horizonte ideológico que se plantee transformar la realidad, que es la verdadera tarea. Ya hemos visto cómo en otros países la llegada al Estado de tal o cual grupo de izquierda ha sido un mero evento administrativo, pero la capacidad para cambiar las cosas ha sido mínima.
El otro aspecto que señalábamos es la relación entre lo social y lo político. La expresión más concreta: la tensión entre las organizaciones no partidarias y el Partido Nacionalista. Para hacernos una idea basta mirar el contradictorio papel que han jugado los nacionalistas en el debate sobre el reparto de las utilidades mineras. Debo decir que no comprendo en qué momento hemos terminado discutiendo “entre pobres”: regiones y trabajadores pelean por unas migajas de la torta minera y nadie se pregunta qué pasó con las regalías y el impuesto a las sobreganancias. Pero el PNP, lejos de jugar un rol de “liderazgo” político que ponga el debate en su verdadera perspectiva, terminó del lado de los Gobiernos Regionales y dándole la espalda a los trabajadores mineros, que constitucionalmente son quienes deben percibir ese 8% de utilidades. Este es sólo un ejemplo muy bueno de algo que es obvio: el nacionalismo no es el “brazo político” del movimiento social ni mucho menos. Sin embargo, es un aliado importante, que puede entre otras cosas bloquear leyes en el Congreso. Y entonces se plantea una eterna pregunta que en el Perú estaba ausente hace unos años por la virtual inexistencia de partidos electorales hacia la izquierda: ¿cuál debe ser la relación entre ambos espacios? Pedro Francke también toca el punto en su artículo, y propone separar a la Coordinadora Política de Coordinadora Social como una forma de darle autonomía a ambas dimensiones. En cualquier caso, es evidente que el movimiento social requiere una voz propia fuerte y clara para decir su propia palabra sin necesidad de intérpretes.
Nota: este documento ha sido elaborado con Ubuntu como sistema operativo y OpenOffice como procesador de textos y ha sido colgado en Internet usando Firefox como navegador. Todos son sistemas de software libre con código abierto y elaborados colectivamente por la comunidad de usuarios a nivel mundial. Otra economía, cooperativa, libre y solidaria, no solo es posible: ¡ya está siendo construida!
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